Érase una vez, en un hermoso bosque donde convivían los ciudadanos del reino, una joven alquimista de cabello rojo, ojos tristes y labios rotos. Malvivía mientras creaba recuerdos, cuentos y hasta opiniones para los vecinos que necesitaban las palabras adecuadas. La alquimista no ganaba dinero con su trabajo, pues la gratitud era suficiente mientras pudiese seguir escribiendo finales felices a la gente.
Todo cambió cuando recibió la visita de la princesa, quería contratar sus servicios para enamorar al más apuesto de los caballeros del reino. La alquimista rehusó aconsejándola que acudiese a la bruja del poblado y no a ella para esos labores. La princesa, muy convencida, le aseguró pagarle la cantidad de dinero suficiente como para vivir sin tener que cobrar nunca más por sus palabras, ya que los efectos de una poción podrían desaparecer dejándola a ella sin saber qué hacer.
La alquimista se vio escondida entre robles y abedules, preguntándose si de verdad alguien podría enamorarse solo con la palabra. El caballero rechazó a la princesa alegando que no tenían nada en común pero ella le prometió que si después de una pequeña conversación seguía pensando lo mismo desaparecería de su vista para siempre.
Comenzaron así a hablar de manera superficial hasta que el caballero le preguntó por el mayor de los sueños que guardaba en su interior. La princesa se tensó, esperando impaciente a que la respuesta viniese.
"Sueño con crear historias, lugares que aún no se han visto. Sueño con viajar a ciudades que me sirvan de inspiración, pueblos, aldeas, desiertos... en verdad no importa el dónde. Quiero expresar sentimientos y que el bosque entero sienta emociones con solo leerlo".
Sin darse cuenta la alquimista había hablado de sus propios sueños haciendo cabrear a la princesa quien había repetido todo. Ambas pensaban que ya se había acabado cuando el caballero sonrió feliz por todo lo que acababa de oír.
El caballero y la alquimista hablaron sin cesar, contándose sus vidas, narrando sus anhelos, descubriendo sus miedos... Ella le confió su temor a la oscuridad, él enamorarse de alguien de quien no fuese afín. Callaron sin saber qué decir, se habían enamorado y su historia se acababa ahí.
La princesa no había dejado de decir en voz alta las palabras que la alquimista le otorgaba, logrando que el caballero se comprometiese a seguir viéndose. Cuando la cita terminó la princesa quiso pagar el servicio que contrató pero la alquimista lo rechazó. No quería dinero ganado con mentiras que solo harían sufrir y regresó a su cabaña destrozada, sabiendo que ya no podría volver a escribir un final feliz.