La
presión cambia de forma constante. Hay días que es tan pequeña que
parece una hormiga sobre el pelaje de un oso, y otros en los que es el
oso y yo la hormiga que se escurre hasta caer al hoyo.
Soy
inestable, por eso tengo días malos y días que son peores. Intento
encender velas para escapar de mis tinieblas, haces de luces que
incitan a una memoria más joven que la mañana a espantar mi temor
por la oscuridad.
Ella
me quiere atrapar, dice que el problema no es mi ansiedad sino que yo
soy una fiesta donde la depresión quiere estar. Ni siquiera la quise
invitar. Cada
noche de insomnio me toma entre sus brazos, invitándome a una velada
romántica donde incluso la luna se escabulle no queriendo ver lo que
está a punto de suceder.
Los
consejos de mamá se han quedado anticuados, de nada sirve contar
ovejas cuando mi mente solo cuenta las razones por las que debería
permanecer despierta. No te vayas a pensar, hay veces que sueño y
que paseo por océanos de felicidad donde no se me está permitido
nadar.
Algunos
dicen que no existe la ansiedad, que es una decisión que debo
afrontar, pero la presión me arrastra de nuevo a una ciudad de
esqueletos donde mi boca sabe a cemento y mi pecho se ha convertido
en un auditorio vacío donde se desvanece el eco.
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